Cuando esperas algo que nunca llega

Publicado por Emiliano Madero - 2025-03-17
A veces nos aferramos a una esperanza que, en el fondo, sabemos que quizá nunca se materialice. No porque seamos ingenuos o porque nos guste engañarnos, sino porque hay algo en nosotros que se resiste a aceptar que no todo depende de lo que hacemos, de lo que damos o de lo que sentimos.
Esperamos mensajes que nunca llegan, respuestas que se pierden en la indiferencia, señales que nos confirmen que lo que sentimos no es solo nuestro, sino que también es correspondido. Y cuando no pasa, duele. No porque no sepamos vivir sin eso, sino porque nos hace cuestionarnos si alguna vez significamos lo que pensamos que significábamos.
Es difícil aceptar que a veces no somos la prioridad de alguien, que nuestros sentimientos no cambian la manera en que alguien más nos percibe, que no importa cuánto hayamos entregado, hay cosas que simplemente no son para nosotros. Y sin embargo, ahí estamos, sosteniendo la esperanza de que tal vez, en algún momento, algo haga clic.
Pero la verdad es que no deberíamos vivir esperando lo que no llega. Porque hacerlo es como sostener un vaso vacío con la esperanza de que se llene solo. Y, mientras lo hacemos, nos perdemos de todo lo que ya está aquí, de todo lo que sí nos elige sin dudas ni titubeos.
No digo que sea fácil soltar esa ilusión. No lo es. Implica admitir que algo que queríamos con el corazón no va a suceder como lo imaginamos. Implica enfrentar el vacío que deja aquello que nunca fue. Pero también significa recuperar la energía que hemos estado desperdiciando en algo que no nos corresponde sostener.
Así que, si últimamente has sentido que estás esperando algo que no llega, quizás sea el momento de hacerte una pregunta: ¿de verdad quieres seguir sosteniendo esta expectativa, o es hora de liberar ese espacio para algo que sí sea tuyo? Porque al final, no es nuestra responsabilidad hacer que alguien nos elija, pero sí lo es decidir cuánto tiempo vamos a quedarnos esperando.
Y cuando por fin decidimos dejar de esperar, algo curioso sucede. Nos damos cuenta de que todo lo que hemos estado buscando afuera, en alguien más, estaba dentro de nosotros desde el principio. La validación, el amor, la certeza… nunca dependieron de otra persona. Y cuando entendemos eso, dejamos de pedir migajas y empezamos a reclamar el banquete entero.
Tal vez el verdadero aprendizaje de todo esto es que lo más valioso no es lo que estamos esperando, sino lo que podemos construir cuando dejamos de esperar. Y cuando llega ese momento, cuando por fin soltamos, nos damos cuenta de que la ausencia de esa respuesta, de ese mensaje, de esa señal… ya no nos duele. Porque para entonces, nos habremos dado cuenta de que nunca la necesitamos para ser completos.