?Deber?amos dar segundas oportunidades?

Publicado por Emiliano Madero - 2024-12-24
A inicios de este año, conocí a alguien que me hizo mucha ilusión. No solo era la emoción de alguien nuevo en mi vida, sino esa sensación genuina de que ambos conectábamos, de que yo le hacía ilusión también. Durante un tiempo, todo fluía: las conversaciones eran largas, espontáneas, y parecía que siempre había algo nuevo que descubrir el uno del otro. Pero, como pasa a veces, las cosas comenzaron a enfriarse. Las respuestas se volvieron más esporádicas, las pláticas menos profundas, hasta que un día simplemente dejamos de hablar.
Fui yo quien decidió cortar la comunicación de manera tajante. No fue una decisión fácil, pero sentía que, al dejar que esa desconexión siguiera su curso, me estaba lastimando más. No quería seguir invirtiendo tiempo y energía en algo que parecía haberse desvanecido sin explicación.
Pasaron meses, y hace dos semanas, esa persona volvió a escribirme. Me sorprendió ver su nombre en mi pantalla, y más aún lo que decía: se disculpaba por haber hecho lo que comúnmente se conoce como ghosting. Para quienes no estén familiarizados, el ghosting es cuando alguien, de repente y sin aviso, deja de responder mensajes y desaparece de tu vida como si nada hubiera pasado. Es doloroso porque no hay un cierre, solo un vacío que queda sin respuesta.
Me explicó que en ese momento estaba pasando por muchas cosas personales y que, aunque no justificaba su comportamiento, quería sincerarse y pedir una segunda oportunidad para conectar. Admito que dudé. Por un lado, estaba el recuerdo de cómo me sentí al ser ignorado, pero, por otro, también estaba esa parte de mí que recordaba lo bien que nos llevábamos antes de que todo se complicara. Al final, decidí dársela.
Y aquí estoy, reflexionando sobre el tema de las segundas oportunidades. ¿Está bien darlas? En un mundo donde muchas veces se nos enseña a “cerrar ciclos” y “no mirar atrás”, dar una segunda oportunidad puede parecer un signo de debilidad o de falta de amor propio. Sin embargo, creo que no es tan simple como eso.
Dar una segunda oportunidad no significa olvidar lo que pasó ni ignorar el daño que se pudo haber hecho. Se trata, más bien, de valorar si las razones para intentarlo otra vez pesan más que los motivos para no hacerlo. ¿La otra persona realmente muestra arrepentimiento? ¿Está dispuesta a hacer las cosas de forma diferente esta vez? Y, lo más importante, ¿tú sientes que vale la pena intentarlo?
No todas las segundas oportunidades funcionan, eso es verdad. Algunas terminan en la misma decepción que la primera vez, pero otras pueden sorprenderte. Pueden convertirse en una conexión más fuerte, en algo que tal vez no se dio antes porque no era el momento adecuado.
El problema es que vivimos en una sociedad que tiende a juzgar las segundas veces. Se nos dice que si algo no funcionó una vez, no vale la pena insistir. Pero la realidad es que todos cometemos errores. Todos, en algún momento, hemos necesitado que alguien nos dé otra oportunidad, ya sea en una relación, en el trabajo o incluso en la amistad.
Dar una segunda oportunidad, ya sea a alguien más o a ti mismo, no es un acto de debilidad; es un acto de esperanza. Es creer que las personas pueden cambiar, que los errores pueden repararse y que las cosas pueden ser diferentes. Pero también requiere límites y cuidado: no puedes dar segundas oportunidades indefinidamente si no hay un cambio real.
En mi caso, hasta ahora, la decisión de intentarlo otra vez ha valido la pena. No sé a dónde nos llevará esto, pero sí sé que me siento más ligero al haber dejado atrás el rencor y haber apostado por algo que en su momento me hizo feliz.
Así que, si te encuentras en una situación donde alguien te pide una segunda oportunidad, piensa en esto: no se trata de olvidar lo que pasó, sino de evaluar si hay espacio para algo nuevo. Porque, al final, las segundas oportunidades no son solo para los demás, también son para ti. Y a veces, darlas puede ser el primer paso para sanar.