La banalidad en las relaciones: un reflejo de nuestro tiempo

Publicado por Emiliano Madero - 2024-12-18
Hace unos días, me encontré hablando con un amigo que no veía desde hacía años. La conversación comenzó con entusiasmo, pero pronto me di cuenta de que algo faltaba. Era como si ambos estuviéramos en piloto automático: preguntas rápidas, respuestas vagas y, antes de darnos cuenta, un “nos hablamos luego” que probablemente nunca llegará. Me dejó pensando en cómo, con tanta facilidad, nuestras relaciones se han vuelto más simples, menos profundas, más pasajeras.
Es curioso cómo en un mundo donde estamos más conectados que nunca, parece que nos cuesta conectar de verdad. La tecnología nos ha dado herramientas increíbles para mantenernos en contacto, pero también nos ha acostumbrado a la inmediatez. Mensajes cortos, respuestas rápidas y charlas vacías parecen ser suficientes, aunque no lo son. Perdemos la paciencia, la intención, la curiosidad de querer conocer a alguien más allá de lo que muestran sus redes sociales.
Lo veo todo el tiempo: amistades que se desvanecen porque ninguno da el primer paso para mantener la relación; conexiones románticas que terminan antes de empezar porque es más fácil deslizar hacia otra opción; incluso relaciones familiares que se limitan a un "¿cómo estás?" por WhatsApp. Hemos aprendido a evitar la incomodidad de profundizar, de mostrar quiénes somos realmente, porque tal vez tememos que sea más fácil perder a alguien si sabe demasiado de nosotros.
Pero esas relaciones superficiales, aunque cómodas en el momento, no llenan. Lo sé porque he sentido ese vacío después de una conversación que apenas rasca la superficie, o al ver cómo una conexión que pudo ser significativa se apaga por falta de interés genuino.
Quizá es hora de recordar que las relaciones profundas requieren tiempo y esfuerzo. Que para conocer realmente a alguien hay que escuchar con atención, preguntar con curiosidad y estar dispuesto a abrirse. Que lo que hace especiales a las conexiones humanas no es la cantidad, sino la calidad.
Volver a construir relaciones con significado es posible, pero requiere que desaceleremos, que aprendamos a ser más presentes, más pacientes. Porque al final, las relaciones más valiosas no son las que solo nos acompañan en los momentos fáciles, sino las que se sostienen con honestidad, vulnerabilidad y una conexión real. Y esas, aunque escasas, son las que dan verdadero sentido a la vida.